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Adiós al hombre de hierro

Adiós al hombre de hierro

El director de Cenizas y diamantes fue una figura fundante en el cine de su país, primero con su revisión crítica de la generación que combatió en la Segunda Guerra y luego con su alineamiento al movimiento Solidaridad, al que le dedicó sus films más premiados.

El cine polaco e internacional está de luto. A los 90 años, luego de sufrir una serie de complicaciones respiratorias que lo mantuvieron en coma durante varios días, falleció el realizador Andrzej Wajda, uno de los padres fundadoresde la llamada Escuela Polaca, la imparable ola cinematográfica que puso a su país en la primera línea de los festivales y los mercados mundiales a mediados de los años 50. Wajda nació en 1926 en Suwa³ki, en el noreste de Polonia, a pocos quilómetros de la frontera con Lituania, hijo de un militar que sería asesinado por soldados soviéticos en 1940 en la protesta y posterior masacre de Katyn, hecho que se transformaría en el núcleo de su film de 2007 de idéntico título. Miembro de la resistencia durante los últimos tramos de la Segunda Guerra Mundial, luego del conflicto cursó durante un tiempo estudios de bellas artes, decidiéndose finalmente por la carrera de dirección cinematográfica en la famosísima Escuela Nacional de Lodz, futura cantera de talentos como Roman Polanski, Jerzy Skolimowski, Krzysztof Zanussi, Krzysztof Kieslowski y también de su compañero generacional Andrzej Munk.

Los años de lucha contra la ocupación alemana durante su adolescencia se transformarían –a través de la adaptación de la novela homónima de Bohdan Czeszko– en Generación (1955), su ópera prima en el largometraje luego de un puñado de cortos estudiantiles. En aquel film, que contó con el apoyo y padrinazgo del veterano Aleksander Ford –famoso por sus films de gran presupuesto y aliento épico, como Los caballeros de la orden teutónica– y cuyo reparto incluye a un jovencísimo Polanski y a la futura estrella del cine polaco Zbigniew Cybulski, el todavía veinteañero Wajda le rendía tributo al sacrificio de sus pares generacionales. La primera escena luego de una magistral secuencia de títulos encapsula uno de los temas centrales de la obra: un grupo de muchachos “juega” a robarle carbón a los alemanes subiéndose a trenes en movimiento, pero esa travesura patriótica termina con la muerte de uno de ellos. Esa película sentida y potente, aunque un tanto simplista en su retrato de una juventud polaca entregada sin remilgos a la lucha contra el enemigo –el término “película oficial” podría describirla cabalmente– sería complementada e incluso puesta en discusión en Kanal (1957) y, fundamentalmente, en Cenizas y diamantes (1958), los dos capítulos finales de la que sería reconocida como la Trilogía de la guerra, remedando al tríptico equivalente del italiano Roberto Rossellini.

En la segunda de ellas, enorme éxito de público en su país y el film que terminó de cimentar el nombre del realizador a nivel mundial, Wajda comienza a desmantelar el bronce que revestía su mirada sobre el pasado reciente en Generación, poblando el relato de zonas oscuras y miserias personales y grupales (y haciendo de la iconografía religiosa un elemento visual de inesperada e irónica potencia metafórica). Ese camino desde el relato sancionado por las autoridades y los comisarios culturales hacia la pintura de claroscuros continuaría en las dos décadas siguientes, culminando en el desencanto casi total y la oposición drástica al gobierno de su país. Los años que van desde El hombre de mármol (1977) –que utiliza una estructura similar a la de El ciudadano, de Orson Welles, para encontrar la verdad detrás de la construcción social de un típico héroe proletario en los primeros años del comunismo polaco– hasta la ganadora de la Palma de Oro en Cannes, El hombre de acero –con su “ansiedad moral” a flor de piel y su registro ficcional de los acontecimientos que sacudían a su país– son los mismos que vieron el nacimiento del movimiento Solidaridad y el endurecimiento de las prácticas represivas del gobierno, que tendrían su culminación en la Ley marcial impuesta en diciembre de 1981. Wajda ya no era un fiel defensor del socialismo polaco sino su principal opositor cultural. Tanto que su exilio en la Europa del otro lado de la Cortina de hierro tendría su primer fruto creativo en la alegórica Dantón (1983), con Gérard Depardieu en la piel del prócer guillotinado por su aparente tibieza política en la Francia revolucionaria.

Durante los años 60 y primeros 70, el realizador ayudó a darle forma a una de las cinematografías más pujantes y creativas de Europa del Este, siempre en tensión política y formal con las autoridades, conformada por un variado grupo de cineastas que, ante la posibilidad de la censura y la proscripción temporaria, podían en algunos casos optar por permanecer en el país o abandonarlo para continuar su carrera en el exterior (Polanski y Skolimowski tal vez sean los más famosos del segundo pelotón). Wajda continuaría filmando en su país natal a un ritmo vertiginoso, adaptando a Shakespeare vía Nikolai Leskov (Lady Macbeth de Siberia, 1962), elaborando una compleja historia sobre el cine dentro del cine, a su vez homenaje al recientemente fallecido Cybulski – –“el James Dean polaco”– en Todo está a la venta (1969) o regresando al final de la guerra, ahora con una mirada mucho más desencantada, en Paisaje después de la batalla (1970). Sin olvidar una de sus escasas travesías por la comedia en la feminista Cazando moscas (1969). El bosque de los abedules (1970) y La boda (1972), ambas con Daniel Olbrychski, fueron grandes éxitos de público en Buenos Aires.

El fin del comunismo lo vería regresar a Polonia como un héroe nacional. Lejos de detener su actividad, Wajda continuaría investigando el pasado polaco en una serie de films históricos que –a pesar de su jerarquía artística relativa, marcados por un academicismo y “verismo” psicológico algo estandarizado– no terminarían de relegar su nombre al recuerdo glorioso de otras eras. En 2000, la Academia de Hollywood le otorgó un merecido Oscar honorífico a la totalidad de su carrera y, hace tres años, entregaría su penúltimo film, la biopic Walesa, retorno a una de las obsesiones temáticas más evidentes de su carrera. A sesenta años de su debut, llegó el canto de cisne, Powidoki, un retrato del artista plástico Wladyslaw Strzeminski, que hace unos días atrás se convirtió en el largometraje elegido por Polonia para participar de los Oscar en la próxima entrega de la Academia de Hollywood.

Nota de Diego Brodersen.

FUENTE: Página 12

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